jueves, 16 de diciembre de 2010

Fragmento del prólogo de "Nunca-de-sus-ojos y otras semillas", de H-elena Rodríguez. Por Rebeca Sanmartín Bastida

He aquí mis más frágiles hojas, que son, sin
embargo, las más duraderas
(WALT WHITMAN)
Como los brotes de los árboles, los versos de Helena Rodríguez quieren más, quieren siempre más. Buscan su gran recorrido, sortean meandros, escenifican recovecos y llegan a su final. Pero luego viene la labor de poda, de jardinería, porque la autora recorta y desnuda hilachos, tiene cuidado con las palabras privilegiadas, y retoma esa puntuación ausente o en muletas que en su nacimiento ha resultado necesaria. Lo cual no quiere decir que desconfíe de circunloquios o de normas, y tampoco que no se detenga repetidas veces: respeta ese ritmo enhebrado que es tan suyo, y esa whitmaniana forma de cantar al descubrimiento.

Por eso hablo de versos que se alargan en su laberinto, que adquieren vuelo de descripción, narración, circunstancia visual o diálogo en voces, de versos de extensos cruces que evitan desencuentros, y que no olvidan, no obstante, lo elemental: Helena es de elementales, como comprobarán los que lean la magnífica poesía encerrada en Nunca-desus-ojos y otras semillas.

Rebeca Sanmartín Bastida

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