sábado, 11 de diciembre de 2010

Epílogo inédito de "Breve testimonio de una mirada". De la propia autora, Ana Vega

A veces el amor es un modo de nombrar las cosas, a nosotros mismos, el reflejo en los ojos del otro nos ofrece una visión definitiva y desconocida de quien creemos ser. La amputación de ese reflejo provoca un descenso al abismo tan desgarrador que tan sólo entonces alcanzamos a comprender que nuestro verdadero rostro siempre permanecerá escondido bajo alguna máscara, sellado. Difícil mantener la fe, esa inocencia extirpada a dentelladas. Algunos no logran recuperarse nunca del escepticismo que se adhiere a la piel tras la ausencia.
Bajo la excusa de esta ausencia nos enfrentamos a la soledad misma del ser y, duplicada ésta, frente al abandono. La consciencia brutal del que sigue atrapado todavía en un pasado del que le cuesta salir y al que debe renunciar en legítima defensa, bajo el escudo de ese amor ausente. Asimismo ese pasado doliente y doloroso vuelve al presente, unas veces es buscado, por esa necesidad de ampararse en que algo quede en pie, ese deseo de continuidad, de aferrarse a lo que queda, al recuerdo, o aparece sin más como reclamando ser visto, para no ser olvidado, para retener esa mirada. Un camino hacia el olvido, con paso firme, pero lento, desde el pasado hacia el futuro. El presente se transforma en un mero trámite doloroso entre ambos estados, puesto que si el pasado sirve como faro que dirige las acciones actuales, el futuro pasa a ser el objetivo fundamental de la catarsis, la esperanza que ha de llegar, que se intuye, aunque aún no se pueda sentir.
La incredulidad de quien se ha sentido amado cuando se golpea con la realidad.


Ana Vega

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